En un laberinto metido debajo de un suelo blanco inmaculado, vivia Lita, la hormiguita. Era muy feliz recorriendo sus paredes, pero siempre se encontraba un poco sola.
Un buen dia empezó a oir ruidos extraños: buuuuuuuaaaaaa... Es un fantasma, pensaba, y se asustaba solo con pensarlo.
Después de varios días, decidió salir del laberinto hacia ese desierto de suelo blanco. Cada vez escuchaba ese estruendoso sonido más alto.
Investigó e investigó y se encontró con un tronco marrón muy alto, que sujetaba una cama, una enoooooooorme cama para una hormiguita. De esa camita salian cada vez más de esos ruidos: bbuuuuuuaaaaaaa. Se llenó de valor y trepó valiente por el gran tronco. Al llegar arriba se encontró un animal extraño, algo que nunca antes habia visto, con enormes brazos y pies y una boca muy grande con mejillas sonrosadas.
Lo miró un rato, y descubrió que de ahí era de donde salian esos tristes sollozos. Despacito, se acercó hasta una cueva a cada lado de las mejillas coloradas, y dijo: ¿que es ese ruido? ¿porque suena tan angustioso?
De golpe, el buuuuuuuuuaaa dejó de oirse y en su lugar aparecieron palabras con una voz dulce que decía: me llamo Mario, soy un bebé y estoy llorando porque quiero tener un amiguito.
En ese momento, la hormiguita dijo, yo soy Lita y vivo ahí en un pequeño laberinto al que se entra por ese agujerito... Desde aquel día, Lita cruzaba el suelo de azulejos blancos y trepaba todos los días por el enorme poste para contarle sus aventuras a Mario, así los dos se hicieron muy amigos y nunca más estuvieron solos.
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